luns, 7 de novembro de 2016

Las acusaciones por agresión sexual desestabilizan la campaña de Trump.

Las acusaciones por agresión sexual desestabilizan la campaña de Trump.

Trump ha redoblado la virulencia retórica tras la avalancha de denuncias y críticas que ha recibido en los últimos días. El candidato republicano dispara hacia todos los lados: los periodistas, los Clinton, los propios líderes republicanos por retirarle el apoyo o simplemente expresar dudas sobre la viabilidad de su campaña.

 


Los sondeos reflejan una ventaja creciente de Clinton sobre Trump, e incluso estados tradicionalmente conservadores como Utah, feudo de los mormones, pueden acabar votando demócrata el 8 de noviembre. La estrategia del republicano tras conocerse la grabación de hace 11 años —en la que se enorgullecía de poder agarrar impunemente, y sin su consentimiento, a mujeres por sus genitales— no ha sido moderar el tono sino lo contrario. Ha llamado desleal e inefectivo al líder republicano en Washington, el respetado speaker o presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan. Ha insinuado, en el tono conspirativo que suele usar, que la decisión de Ryan de dejar de apoyarlo activamente responde a un complot oculto en su contra, “un pacto siniestro que está en marcha”. Su adversario ya no es Clinton, ni los demócratas, sino el establishment, “una empresa criminal” en la que incluye desde al New York Times, al que promete denunciar, a los jefes de su propio partido. “Saben que si ganamos su poder desparecerá y regresará a vosotros, el pueblo”, dijo en West Palm Beach (Florida).
Las revelaciones de las últimas horas empujan más a Trump hacia la espiral de descalificaciones incendiarias y palabras gruesas que hacen las delicias de su base más fiel pero pueden espantar al votante moderado que al final acaba decidiendo las elecciones.
Si se hace caso simplemente a los sondeos, camina a la autodestrucción. Su apuesta es fuerte, e incierta: la idea de que la ira contra las élites conecta con el sentir mayoritario del país y que esta mayoría silenciosa se siente tan agraviada como él por el complot contra el pueblo. Encerrado en su búnquer, el republicano retoma otra teoría conspirativa, la que sostiene que habrá fraude electoral en favor de los demócratas, y amenaza a Clinton con encarcelarla si gana las elecciones.
En una entrevista con The New York Times, una mujer llamada Jessica Leeds explicó que hace más de treinta años, durante un viaje de negocios en avión, Trump le tocó los pechos e intentó meter la mano debajo de su falda. “Era como un pulpo”, dijo.


 


En el mismo diario, Rachel Crooks explicó que en 2005, cuando trabajaba de recepcionista en una empresa ubicada en la Torre Trump de Manhattan, se encontró con Trump frente a un ascensor y, tras presentarse, Trump la besó en la boca.
Una periodista de la revista People, Natasha Stoynoff, explicó en un artículo cómo Trump se le lanzó encima antes de una entrevista que debía hacerle a él y a su esposa, Melania, en Mar-a-lago, la mansión del magnate en Palm Beach.
Lo llamativo es que este comportamiento es el mismo que el propio Trump ha descrito en tono jactancioso, desde la grabación de la semana pasada hasta sus comentarios lascivos en programas de radio. 

Trump cayó en su propia trampa cuando, el debate del domingo ante Clinton, uno de los moderadores, Anderson Cooper, le preguntó si era verdad que tenía por costumbre besar a mujeres sin su consentimiento. Esta era una de las bravuconadas del magnate en la famosa grabación de Hollywood. Trump respondió: “No”.

Periódico ''El Pais''
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